La Pastoral Social: “es la acción de todos los miembros de la Iglesia, para hacer presente la verdad, la justicia y la caridad evangélicas, en las relaciones y estructuras básicas de la sociedad, para el crecimiento del Reino de Dios en las realidades sociales concretas” (P.D.P. 91)
Una de las primeras enseñanzas de la Palabra de Dios, es que la persona humana, varón y mujer, ha sido creada a imagen y semejanza de Dios.
El ser humano posee una dignidad fundamental y está orientado para el encuentro y el diálogo con Él; es también, sujeto social, pues está llamado a relacionarse con sus semejantes y debe ser “guardián de su hermano”. El ser humano es responsable de cuidar de la creación para que ésta pueda servir a todos los seres humanos (Gen 1, 26-31; 2, 18-24; 4, 1-6)
Es Dios quien ha formado un pueblo en comunión con Él y con los hermanos; pueblo santo, universal y consagrado a Él, que debe vivir la comunión y la solidaridad, sobre todo con los más débiles.
Los profetas israelitas se convertirán en duros críticos de la sociedad de su tiempo y aspirarán a construir una nueva sociedad digna del pueblo de Dios. Para ello anuncian una Nueva Alianza (Jer 31,32; Ez 36, 16-38); y denuncian las injusticias que oprimen a los más débiles, y las prácticas de culto que separan la fe y la vida (Am 5,21-24; Is 1, 11-17; Mi 6, 6-8; Jer 7, 4-7).
En el Nuevo Testamento aparecerá Jesucristo, el Hijo Eterno del Padre, como modelo de hombre. La Encarnación del Verbo Eterno es un hecho histórico, único e irrepetible: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Jesús es el modelo de servicialidad y solidaridad, pues en su Encarnación quiso tomar la condición de Siervo (Fil 2, 6-11), y en Él se cumplen las profecías de Isaías sobre el “Siervo de Yahveh” (Is 42, 53ss).
A Jesús se le descubre, precisamente, en la solidaridad con los débiles y marginados, y su mensaje va mucho más allá de cualquier grupo o partido de su tiempo. Predica el Reino de Dios que es un valor absoluto, una victoria sobre el mal; de comienzos humildes (Mt 13,31), pero universal.
El Reino de Dios tiene ya sus inicios de realización en nuestra vida, cuando cualquier persona o comunidad, independientemente de su procedencia (Mt 8,11-12; 23ss), lucha por la verdad, la justicia, la paz y el amor. La conversión es indispensable para formar parte del Reino de Dios (Mt 4,17).
El Reino de Dios se hace presente, imperfecta pero realmente, ya desde aquí en las realidades económicas, políticas, religiosas, educativas, familiares y recreativas, cuando éstas se realizan de acuerdo con valores evangélicos.